82.-En el desierto no hay atascos (4)

En las grandes ciudades europeas, la mirada se ve continuamente solicitada por los neones publicitarios. Al llegar a Francia, todos esos colores y luces me hicieron perder la cabeza. No sabía dónde reposar la vista. Estaba acostumbrado a mirar a la lejanía (…). Me sorprendió descubrir que mis amigos franceses no veían aquellas luces ni anuncios, ni percibían la belleza de una puerta, la tristeza de una transeúnte, las lágrimas de un niño, el aspecto preocupado de algún hombre ni unos besos que daban la impresión de ser los últimos. Concentrados en su propio universo, no sentían admiración alguna por el mundo que les rodeaba. Yo nunca dejaba de hacerlos compartir mi asombro (…) El mundo civilizado no debe olvidar jamás esa forma de mirar porque ella puede salvarle el alma (…)
Enloquecido por el dédalo de las calles, ignoraba como era posible dirigirse de un sitio a otro. En el desierto bastaba con andar todo recto. Por la misma razón por la que sabía cómo volver a mi campamento tanto de día como de noche con solo mirar el horizonte me perdía entre las casas, entre las cuales me sentía prisionero.”